15 de junio de 2013

Paseos nocturnos en la playa

Me invitaste a tu pueblo de veraneo. Bueno, en realidad no lo hiciste: me autoinvité. Te dije si te aburrías en una de esas noches en las que te vi conectado, algo extraño, pues no tienes internet allí, sólo cuando usas el móvil de tu padre como wi-fi. Te dije que si te aburrías mucho podía ir a hacerte una visita, así nos aburríamos juntos y, a la vez, nos desaburríamos un rato. Fue extraño, como siempre. Empezó como broma, pero al final allí estaba yo, en una casa en la playa, contigo.

Fue sólo un fin de semana. Por las mañanas nos levantamos para ir a visitar algo de los alrededores, para bañarnos y tomar el sol, para inventarnos historias y reírnos de la gente, para hablar de nuestros amigos y de lo que estaba siendo el verano.

Y entonces llegó la noche del último día. La noche anterior habíamos salido con tus amigos a los chiringuitos que había en el pueblo de al lado, pero ese día estábamos demasiado cansados como para salir a brincar y a hacer el tonto. Acumulamos cansancio del día anterior y el sol no ayudó a reponernos en ese día. Aún así, eso no nos detuvo para dar un paseo nocturno por la playa.

Eran las dos de la noche, caminábamos descalzos sobre la húmeda arena y las frías piedras. En silencio, escuchábamos el mar, las olas, y mirábamos el cielo estrellado y la luna creciente. Al lado del mar hacía un poco de frío para mi gusto, pero estábamos muy bien. Estábamos tranquilos. Tanto que incluso podríamos habernos dormido mientras caminábamos. Ya íbamos a dar media vuelta cuando te pregunté si tenías música en tu móvil. Respondiste que no. No importó: eso no detuvo a mi mente para imaginarse las canciones perfectas para ese momento.

Había pasado un par de días muy alegres, divertidos y entretenidos, sin ninguna intención de que ocurriese nada. Claro que, en mi mente siempre pasaban cosas. Momentos que me imaginaba, situaciones comprometidas, sucesos divertidos y extraños. Un sinfín de cosas que no llegarían a pasar nunca. Supongo que en ese momento de tal cansancio y tranquilidad, dejé libre a mi subconsciente y me cogí de tu brazo, sin haber preguntado por tu permiso previamente. No dijiste nada ni te apartaste. Continuamos caminando tranquila y silenciosamente por la playa. A ratos iba apoyando mi cabeza en tu brazo también, ya no sé si por cansancio o porque buscaba un poco de… algo. Quizá eran ambas cosas.

Estaba tan bien… era todo tan idílico, tan irreal… como una de esas situaciones que imaginaba en algún momento de silencio. Pero esto era de verdad. Yo estaba allí. Tú estabas ahí. Conmigo. Contigo. Juntos. The only momento we were alone.

Y yo no quería seguir caminando. No. No era porque estuviese cansada: era porque no quería que terminase ese momento. Quería seguir escuchando esa melodía en mi cabeza, las olas, sentir el frescor del aire en mi cuerpo, tu presencia, la noche, el silencio. Todo.

- ¿Podemos sentarnos un rato? – Pregunté, soltándote del brazo, a medio camino de llegar.- Es que aún no quiero irme a dormir… - me excusé sin querer inventarme alguna explicación.

Me miró somnoliento con su media sonrisa y asintió con un “hm”.

Nos sentamos en la arena y yo suspiré sin motivo. Estaba como en trance mirando el mar y el cielo. En ese momento sólo quería mirarte a ti. Llenarme de ti. De tu todo. ¿Qué hacía yo allí? ¿Cómo había conseguido que las cosas acabasen bien entre nosotros? Tan bien como para estar pasando una noche de ensueño…

- ¿Tienes sueño? – le miré y le pregunté al cabo de un rato, esperando la respuesta más obvia. El me miró medio apoyado en sus brazos, apoyados en sus piernas, y contestó con otro “hm”. -¿Vamos a dormir?

Pero esta vez no dijo nada. Ni siquiera contestó con un “hm”. Y nos miramos largamente. Pero yo le sonreí y me levanté, sacudiéndome la arena de la ropa. Sacudiendo de mi mente aquel beso tan profundo y duradero. Aquel escalofriante momento que deseaba tantísimo que llegase. Aquel momento en el que, finalmente, caminábamos de vuelta cogiéndonos de la mano, entrelazando nuestros dedos. Sacudiendo de mi mente toda esta historia que, como tantas otras, he inventado.

Es triste. Sí. Es triste que acabe así. Pero más triste es saber que nada de esto ha pasado. Que es otra estúpida historia de mi imaginación mientras escuchaba una (o varias) canción. De mis deseos por estar contigo. De lo que te echo de menos.


¿Por qué te amo tanto…?

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