Me invitaste a tu pueblo de veraneo.
Bueno, en realidad no lo hiciste: me autoinvité. Te dije si te aburrías en una
de esas noches en las que te vi conectado, algo extraño, pues no tienes
internet allí, sólo cuando usas el móvil de tu padre como wi-fi. Te dije que si
te aburrías mucho podía ir a hacerte una visita, así nos aburríamos juntos y, a
la vez, nos desaburríamos un rato. Fue extraño, como siempre. Empezó como
broma, pero al final allí estaba yo, en una casa en la playa, contigo.
Fue sólo un fin de semana. Por las
mañanas nos levantamos para ir a visitar algo de los alrededores, para bañarnos
y tomar el sol, para inventarnos historias y reírnos de la gente, para hablar
de nuestros amigos y de lo que estaba siendo el verano.
Y entonces llegó la noche del último
día. La noche anterior habíamos salido con tus amigos a los chiringuitos que
había en el pueblo de al lado, pero ese día estábamos demasiado cansados como
para salir a brincar y a hacer el tonto. Acumulamos cansancio del día anterior
y el sol no ayudó a reponernos en ese día. Aún así, eso no nos detuvo para dar
un paseo nocturno por la playa.
Eran las dos de la noche, caminábamos
descalzos sobre la húmeda arena y las frías piedras. En silencio, escuchábamos
el mar, las olas, y mirábamos el cielo estrellado y la luna creciente. Al lado
del mar hacía un poco de frío para mi gusto, pero estábamos muy bien. Estábamos
tranquilos. Tanto que incluso podríamos habernos dormido mientras caminábamos.
Ya íbamos a dar media vuelta cuando te pregunté si tenías música en tu móvil.
Respondiste que no. No importó: eso no detuvo a mi mente para imaginarse las
canciones perfectas para ese momento.
Había pasado un par de días muy
alegres, divertidos y entretenidos, sin ninguna intención de que ocurriese nada.
Claro que, en mi mente siempre pasaban cosas. Momentos que me imaginaba,
situaciones comprometidas, sucesos divertidos y extraños. Un sinfín de cosas
que no llegarían a pasar nunca. Supongo que en ese momento de tal cansancio y
tranquilidad, dejé libre a mi subconsciente y me cogí de tu brazo, sin haber
preguntado por tu permiso previamente. No dijiste nada ni te apartaste.
Continuamos caminando tranquila y silenciosamente por la playa. A ratos iba
apoyando mi cabeza en tu brazo también, ya no sé si por cansancio o porque
buscaba un poco de… algo. Quizá eran ambas cosas.
Estaba tan bien… era todo tan idílico,
tan irreal… como una de esas situaciones que imaginaba en algún momento de
silencio. Pero esto era de verdad. Yo estaba allí. Tú estabas ahí. Conmigo.
Contigo. Juntos. The only momento we were alone.
Y yo no quería seguir caminando. No.
No era porque estuviese cansada: era porque no quería que terminase ese
momento. Quería seguir escuchando esa melodía en mi cabeza, las olas, sentir el
frescor del aire en mi cuerpo, tu presencia, la noche, el silencio. Todo.
- ¿Podemos sentarnos un rato? – Pregunté,
soltándote del brazo, a medio camino de llegar.- Es que aún no quiero irme a
dormir… - me excusé sin querer inventarme alguna explicación.
Me miró somnoliento con su media
sonrisa y asintió con un “hm”.
Nos sentamos en la arena y yo suspiré
sin motivo. Estaba como en trance mirando el mar y el cielo. En ese momento
sólo quería mirarte a ti. Llenarme de ti. De tu todo. ¿Qué hacía yo allí? ¿Cómo
había conseguido que las cosas acabasen bien entre nosotros? Tan bien como para
estar pasando una noche de ensueño…
- ¿Tienes sueño? – le miré y le
pregunté al cabo de un rato, esperando la respuesta más obvia. El me miró medio
apoyado en sus brazos, apoyados en sus piernas, y contestó con otro “hm”.
-¿Vamos a dormir?
Pero esta vez no dijo nada. Ni
siquiera contestó con un “hm”. Y nos miramos largamente. Pero yo le sonreí y me
levanté, sacudiéndome la arena de la ropa. Sacudiendo de mi mente aquel beso
tan profundo y duradero. Aquel escalofriante momento que deseaba tantísimo que
llegase. Aquel momento en el que, finalmente, caminábamos de vuelta cogiéndonos
de la mano, entrelazando nuestros dedos. Sacudiendo de mi mente toda esta
historia que, como tantas otras, he inventado.
Es triste. Sí. Es triste que acabe
así. Pero más triste es saber que nada de esto ha pasado. Que es otra estúpida
historia de mi imaginación mientras escuchaba una (o varias) canción. De mis
deseos por estar contigo. De lo que te echo de menos.
¿Por qué te amo tanto…?
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