Quisiera hablar con alguien y
explicarle todo esto. Pero no puedo.
Todo el mundo parece estar ocupado con
su ajetreada vida. Estamos a finales de mayo, lo que quiere decir que es la
recta final en los institutos, universidades y escuelas varias. Todo el mundo
tiene algo importante que hacer, como estudiar o trabajar en algo. Algo
importante con lo que ocupar su vida. ¿Y yo? Yo también debería estar
estudiando. Yo también estoy en la recta final y tengo asignaturas pendientes
por aprobar. ¿Entonces qué? ¿Cuál es el problema? Simplemente, no me parece
interesante. No me parece verdaderamente importante.
Un examen puede repetirse. Un curso
puede repetirse. Tiene sus consecuencias, pero puede repetirse. En cambio, hay
otras cosas que no pueden repetirse jamás. Cosas que suceden una vez en la
vida. Cosas que se viven sólo una vez, de manera única.
Hoy os voy a explicar la historia de una sonrisa y de cómo un “Buen
Hombre” me hizo recobrar la ilusión.
Imaginad un barco. Es el barco que
surcará los mares y hará el viaje más inolvidable de vuestra vida. Es el barco
que os llevará a nuevas tierras y allí podréis realizar vuestros sueños. Un
mundo lleno de posibilidades. Y cogéis ese barco.
La sensación que teníais antes de
subir a ese barco era algo emocionante e increíble. Os ponía los pelos de
punta, la carne de gallina, sólo con pensar e imaginar todo lo que viviríais a
bordo. Sentíais la adrenalina circular por vuestro cuerpo. Y cuando subís a ese
barco… respiráis el aire de otra manera. Sentís el viento chocar con vuestra
cara. Oléis el mar y veis las olas.
Sin embargo, ese viaje no resulta ser
como esperabais. Es maravilloso al principio, pero tarde o temprano siempre
llega la tormenta. Una tormenta que os angustia. Sentís los nervios a flor de
piel. El miedo. El peligro. Y todo se desmorona y se hunde. Habéis perdido la
fe y la esperanza a bordo de ese barco. Y el barco se hunde y se ahoga en el
mar.
Por suerte o por desgracia, os habéis
convertido en náufragos. Habéis sobrevivido a la caída, pero estáis cansados.
Cansados, pero con las fuerzas justas y necesarias para continuar nadando y
seguir viviendo. Habéis perdido la ilusión por las cosas, por los sueños y por
ese mundo nuevo que tanto deseabais conocer.
Nadáis y nadáis, y con la ayuda de
algunos salvavidas u objetos flotantes conseguís seguir adelante. Estáis
exhaustos, tristes y solos. Siempre habéis estado solos, pero ahora lo sentís
como un peso inarrancable en el fondo de vuestro corazón.
Ya sabéis lo que dicen, después de la
tormenta siempre llega la calma. Baja la marea y las olas os arrastran a una
orilla. Todo está desierto y el cielo continúa nublado. Hace frío y apenas
podéis caminar. Y, a pesar de todo, continuáis en pie. Una fuerza invisible os
empuja a vivir.
Os sentís vacíos. Habéis olvidado lo
que era el amor, la pasión que sentisteis al subir a ese barco. Mejor dicho,
creéis que lo habéis olvidado, pero en el fondo sigue siendo un vago recuerdo
que continúa en vuestra memoria. Y por eso lloráis. Por eso estáis tristes;
porque lo habéis perdido.
Os habéis agarrado a cuanto habéis
podido para sobrevivir y llegar a la orilla y ¿para que? Para caminar sin
fuerzas, con la mente en blanco, desolados, por el desierto.
Pero la esperanza es lo último que se
pierde.
Habéis llegado sin quererlo a un
oasis. Allí podéis descansar, recobrar fuerzas, refrescaros del calor del
desierto e incluso comer alguna fruta y beber agua.
Ahora estáis tranquilos. Empezáis a
pensar con claridad. A recordar lo vivido. Y, aunque aún estáis perdidos,
habéis recobrado en cierto modo el conocimiento.
Pero hay algo que no recordáis.
Habíais vivido por ello. Y no lo recordáis. Y no lo hacéis porque no se puede
recordar. Es algo que sólo puede sentirse. Llegasteis, incluso, a convenceros
de que no existía, que fue todo una ilusión.
Y entonces lo veis, a lo lejos. Un
nuevo mundo. Ese nuevo mundo.
Lo sabéis en cuanto lo veis. No. No lo
sabéis. Lo sentís. Os late el corazón tan deprisa que tembláis.
Esa
clase de certeza sólo se presenta una vez en la vida.
Los
puentes de Madison
Desviáis la mirada con nerviosismo sin
saber que hacer. Intentáis calmaros, temerosos de haberos equivocado. Pero no
os equivocáis y lo sabéis. Ese es el camino y, aunque sea duro y largo, lo
recorreréis haga sol, lluvia, huracanes o se acerque el apocalipsis.
Lucharéis. Hasta el final.
En
pie y desafiante
Como yo siempre viví
Que tengan claro en sus mentes
Que yo jamás me rendí
Warcry
– Nana
Habéis aprendido. Habéis crecido. Ese barco
os ayudó a conocer, a pensar y, lo más importante, a sentir. Y ese naufragio os
obligó a avanzar. Os obligó a ver que, aunque parezca que estéis hundidos, no
lo estáis. Ese desierto os ha hecho un poco más fuertes, ya que habéis
continuado avanzando a pesar de no tener nada o sentir nada. Y habéis
descubierto ese nuevo mundo.
Habéis recobrado la ilusión.
Ese barco es vuestro primer amor. Ese
naufragio la ruptura. Esos salvavidas vuestros amigos, familia o siguientes relaciones.
Ese desierto es la calma. Ese oasis la fuerza y sabiduría.
Y ese nuevo mundo es el amor. El amor
más desesperante y precioso que he sentido en mi vida. Jamás he visto una
sonrisa tan bonita y tan sincera. Jamás he visto unos ojos tan profundos como
esos. Más profundos que el mar y más profundos que el denso bosque.
Este es el Buen Hombre que me ha
devuelto la ilusión y la alegría. El que me ha hecho recobrar los sentidos y la
sonrisa. El que me hace creer y confiar.
-
[…] Entonces todo cambió; me enamoré de ti, Evey. Como no creí que jamás podría
hacerlo.
[…]Es
lo más bello que podías haberme regalado.
V for Vendetta